Revista Justicia(s), Año 3, Volumen 3, número 2, período julio-diciembre 2024 RESEÑA: JORDI BORJA. REVOLUCIÓN URBANA Y DERECHO A LA CIUDAD Danny Cifuentes Ruiz Francelys Larreátegui Chiluisa Universidad de Otavalo Universidad de Otavalo dcifuentes@uotavalo.edu.ec e_frlarreategui@uotavalo.edu.ec ORCID: 0000-0003-4833-2728 ORCID: 0009-0007-7365-7811 Imagina caminar por las calles de tu ciudad. ¿Alguna vez te has detenido a pensar cómo ha cambiado en los últimos años? Jordi Borja, en su obra “Revolución urbana y derecho a la ciudad”, nos invita a reflexionar sobre estas transformaciones que, aunque a veces imperceptibles en nuestro día a día, están reconfigurando profundamente la forma en que vivimos. El libro los presentamos como un viaje a través de quince capítulos, organizados en cinco grandes avenidas temáticas, donde cada una nos revela una faceta diferente de la vida urbana contemporánea. Borja no se limita a ser un observador distante; nos toma de la mano y nos guía por los rincones más significativos de la realidad urbana y el derecho a la ciudad. Comenzamos explorando el concepto de la ciudad global, ese gigante que respira al ritmo de la globalización. ¿Te has preguntado por qué tu barrio ahora tiene tiendas de marcas internacionales donde antes había comercios locales? ¿O por qué algunos vecinos han tenido que mudarse debido al aumento de los alquileres? Borja examina estas dinámicas con una mirada crítica pero esperanzadora. En el corazón de su análisis está la pregunta que todos nos hacemos: ¿cómo podemos gobernar estas ciudades cada vez más complejas? La gobernabilidad metropolitana no es solo un término técnico; es el desafío de coordinar servicios, transporte y recursos para millones de personas que comparten un mismo espacio vital. Pero quizás lo más valioso de su obra es cómo reivindicar el papel del ciudadano común. Los derechos ciudadanos y el espacio público no son conceptos Fecha de recepción: 10 de diciembre de 2024 Fecha de publicación: 20 de diciembre de 2024 Fecha de aceptación: 11 de diciembre de 2024 140 Licencia legal: Reconocimiento - No Comercial - Compartir Igual 4.0 Internacional. DOI: 10.47463/rj.v3i2,138 ISSN: 2953-6758 “Derecho a la ciudad, seguridad y territorio” abstractos en sus páginas; son herramientas fundamentales para construir ciudades más justas y habitables. Cuando Borja habla del espacio público, no se refiere solo a parques y plazas, sino a esos lugares donde nos encontramos, conversamos y construimos comunidad. El autor nos recuerda que la ciudad no es solo un conjunto de edificios y calles; es un organismo vivo que respira a través de sus habitantes. Sus reflexiones nos llevan a cuestionarnos: ¿Qué tipo de ciudad queremos? ¿Cómo podemos participar en su transformación? ¿Cómo equilibramos el desarrollo económico con la preservación de la identidad local? A lo largo de las páginas de su libro, Borja nos invita a reconstruir un discurso ético sobre lo urbano. No se trata solo de construir edificios más altos o calles más anchas, sino de preguntarnos qué valores queremos que guíen el desarrollo de nuestras ciudades. ¿Queremos ciudades que segreguen o que integren? ¿Que expulsen o que acojan? ¿Que contaminen o que cuiden? Esta obra nos recuerda que todos somos protagonistas en la construcción de nuestras ciudades. Las transformaciones urbanas no son fenómenos abstractos que ocurren en algún lugar lejano; están sucediendo aquí y ahora, en nuestras calles, en nuestros barrios, en nuestras vidas cotidianas. Y cada uno de nosotros tiene un papel que jugar en esta revolución urbana que está redefiniendo no solo nuestros espacios físicos, sino también nuestra forma de vivir y relacionarnos. Imagina por un momento tu ciudad hace veinte años y compárala con lo que ves hoy. Jordi Borja nos lleva de la mano por este viaje en el tiempo en el primer capítulo de su obra titulada “Revolución y contrarevolución”, donde desentraña una realidad que todos percibimos pero que a veces nos cuesta nombrar: nuestras ciudades están creciendo, sí, pero ¿para quién? Con la precisión de un cirujano urbano, el autor disecciona casos como Madrid y Barcelona, donde el cemento se ha expandido como una marea gris mucho más rápido que sus habitantes, creando lo que él llama “espacios lacónicos”, una forma elegante de describir esos barrios fantasmas que parecen más diseñados para acaparadores que para familias. El autor utiliza datos estadísticos para ilustrar la expansión del suelo urbanizado y la concentración de la población en áreas específicas, no son solo números en una página; son historias de vecinos que han visto cómo sus barrios tradicionales se transforman en escaparates inmobiliarios, donde el precio del suelo crece más rápido que los árboles en las aceras. Pero Borja va más allá de las frías estadísticas y nos invita a ver la ciudad como un organismo vivo, donde cada decisión urbanística tiene un rostro humano detrás. Cuando habla de la “crisis de las políticas locales de reproducción social”, está contando la historia de la abuela que ya no puede pagar el alquiler en el barrio donde ha vivido toda su vida, del niño inmigrante que no encuentra un parque donde jugar cerca de casa, o de la familia joven que debe mudarse cada vez más lejos del centro para poder permitirse un hogar. A través de su análisis, nos muestra que la verdadera revolución urbana no está en los rascacielos ni en las grandes avenidas, sino en la capacidad de nuestras ciudades para tejer 141 Revista Justicia(s), Año 3, Volumen 3, número 2, período julio-diciembre 2024 comunidades inclusivas, donde el derecho a la ciudad no sea un privilegio de pocos, sino una realidad para todos. Continuando con el recorrido, ahora imagina que tu ciudad es como una gran casa compartida, donde cada vecino tiene voz y voto sobre cómo organizarla. En este segundo capítulo titulado “Hacer ciudad en el siglo XXI”, Borja nos invita a reflexionar sobre quién realmente “hace ciudad” en nuestro siglo. Nos muestra que cuando las decisiones sobre nuestra ciudad se toman a puerta cerrada, sin los ojos vigilantes de sus habitantes, es como dejar la puerta abierta a la corrupción y el abuso. ¿Te has preguntado alguna vez por qué se construye un centro comercial donde la comunidad pedía un parque? ¿O por qué algunas decisiones urbanas parecen beneficiar más a los desarrolladores que a los vecinos? El autor nos recuerda que la mejor “alarma antirrobo” para nuestra ciudad es la participación activa de sus habitantes. Sin embargo, es como si existiera un manual de instrucciones demasiado complejo (el marco legal) que, en lugar de facilitar, a veces obstaculiza que los vecinos participen en las decisiones que afectan a su propio hogar. Pero Borja trasciende y nos plantea una pregunta provocadora: ¿qué sucede cuando las reglas de la casa son injustas? Nos habla de la tensión entre lo que es legal y lo que es justo, como cuando un grupo de vecinos ocupa un edificio abandonado para crear un centro cultural, o cuando una comunidad de inmigrantes sin papeles lucha por sus derechos básicos. Es aquí donde el autor nos desafía a pensar en una nueva forma de ciudadanía, una que trascienda las fronteras tradicionales del Estado. Imagina una ciudadanía que sea como una red wifi: no limitada por muros o fronteras, sino expandiéndose para conectar a todas las personas que comparten un espacio urbano, independientemente de su origen o estatus legal. En este nuevo modelo, ser ciudadano no es solo tener un documento oficial, sino participar activamente en la construcción de una ciudad más justa y habitable para todos. ¿Alguna vez has sentido que los nuevos desarrollos urbanos parecen más escenografías de una película futurista que lugares para vivir? En este tercer capítulo titulado “Urbanismo y ciudadanía”, Borja nos lleva a un viaje revelador por el urbanismo contemporáneo, donde las grúas y el concreto bailan al ritmo de las cuentas bancarias más que al latido de los corazones de los vecinos. Nos muestra cómo las ciudades se están llenando de lo que él llama «no-lugares»: esos espacios fríos y anónimos donde nadie se detiene a charlar, donde los bancos públicos desaparecen para que no se sienten «los indeseables», donde los centros comerciales sustituyen a las plazas públicas. Es como si estuviéramos construyendo ciudades que nos invitan a pasar, pero no a quedarnos, a consumir, pero no a convivir, a circular, pero no a encontrarnos. La «arquitectura urbanicida”, como la llama provocadoramente el autor, está creando ciudades que parecen más diseñadas para Instagram que para la vida real, donde la rentabilidad del metro cuadrado importa más que las risas de los niños jugando en la calle. Pero Borja no se queda en la crítica fácil del “todo tiempo pasado fue mejor”. Nos desafía a repensar qué significa realmente ser “cívico” en una ciudad que 142 “Derecho a la ciudad, seguridad y territorio” nos empuja al aislamiento. ¿Es incívico que los jóvenes se reúnan en las plazas cuando no tienen otros espacios de encuentro? ¿O es más incívico diseñar ciudades que privilegian los coches sobre las personas, los centros comerciales sobre los mercados de barrio, las oficinas vacías sobre las viviendas asequibles? El autor nos invita a imaginar un urbanismo diferente, uno que construya ciudades que sean como grandes plazas de pueblo: lugares donde los vecinos se conozcan por su nombre, donde los ancianos puedan sentarse a tomar el sol sin sentirse fuera de lugar, donde los niños puedan jugar sin que sus risas molesten a nadie. Nos recuerda que el derecho a la ciudad no es solo poder vivir en ella, sino poder vivirla plenamente, con todos los sentidos, con toda el alma. ¿De qué sirve tener derechos en papel si no puedes ejercerlos en la calle? En este cuarto capítulo titulado “Gobierno del territorio y estrategias metropolitanas”, Borja nos enfrenta a una realidad que muchos vivimos, pero pocos nos atrevemos a nombrar: la brecha entre los derechos que proclaman nuestras constituciones y la realidad cotidiana de nuestras ciudades. Es como tener un carné de socio para un club al que nunca puedes entrar. Imagina a una madre soltera que tiene «derecho» a la vivienda, pero no puede pagar un alquiler en su barrio de toda la vida, o a un grupo de jóvenes con «derecho» al ocio, pero sin espacios públicos donde reunirse sin ser vistos como una amenaza. El autor derriba el lenguaje ostentoso de la gestión urbana que a menudo usa palabras bonitas para maquillar problemas feos. Nos recuerda que la verdadera participación ciudadana no es sentarse a escuchar presentaciones técnicas incomprensibles, sino ser parte activa en la construcción de nuestra ciudad, como cuando los vecinos se organizan para decidir qué hacer con un terreno abandonado o cómo mejorar la seguridad de su barrio. Pero Borja va más allá de la crítica; nos invita a soñar con ciudades que sean algo más que dormitorios gigantes. Nos habla de la cultura y el ocio no como lujos prescindibles, sino como derechos fundamentales que dan sabor y color a la vida urbana. ¿Por qué no pensar en bibliotecas que sean también centros comunitarios, en mercados que sean también espacios de encuentro, en parques que sean también escenarios para artistas locales? El autor nos desafía a imaginar ciudades donde los derechos no sean solo artículos en un documento legal, sino experiencias vivas y palpables en cada esquina. Donde la planificación urbana no sea un ejercicio técnico realizado en oficinas cerradas, sino un proceso creativo y colectivo que involucre a todos los que hacen la ciudad: desde el vendedor ambulante hasta el arquitecto, desde la abuela que pasea a su nieto hasta el estudiante que sueña con un futuro mejor. Porque, nos recuerda el autor, una ciudad verdaderamente equitativa y sostenible no se construye solo con ladrillos y cemento, sino con la participación activa y los sueños compartidos de todos sus habitantes. En el quinto capítulo titulado “Ciudades metropolitanas. Territorio y gobernabilidad. El caso español”, imagina que España es como un gran tablero de juego donde tres de cada cuatro españoles han decidido vivir en las casillas urbanas, especialmente en cinco grandes territorios: Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia y Sevilla. Borja nos cuenta esta historia fascinante como quien narra la transformación de un pueblo en una megaciudad, una historia que comenzó con el rugir de las fábricas 143 Revista Justicia(s), Año 3, Volumen 3, número 2, período julio-diciembre 2024 en los años sesenta, cuando las ciudades crecían tan rápido como hongos después de la lluvia, sin mucho orden ni concierto. Es como si nuestras ciudades hubieran vivido tres grandes “revoluciones”: primero fue la fiebre industrial que atrajo a miles de personas a las urbes; luego vino una época en que las ciudades se expandieron como una mancha de aceite, y ahora estamos en una tercera revolución donde las ciudades son como imanes que atraen y repelen al mismo tiempo: mientras algunos huyen hacia las afueras buscando casas más grandes o precios más accesibles, otros regresan al centro atraídos por su vitalidad renovada. Pero gestionar estas grandes áreas metropolitanas es como intentar dirigir una orquesta donde cada músico toca su propia partitura. Borja nos muestra cómo esta expansión urbana es el resultado de una mezcla explosiva: la democratización del coche (que nos permitió vivir más lejos del trabajo), el boom inmobiliario (que convirtió el suelo en oro), y la falta de una batuta que coordine a todos los municipios que forman estas áreas metropolitanas. Es como si tuviéramos varios alcaldes intentando dirigir la misma ciudad, cada uno con sus propias ideas y planes. Por eso, el autor nos propone algo revolucionario: crear “super-ayuntamientos” metropolitanos que puedan ver el bosque completo y no solo los árboles, que tengan la capacidad de planificar y coordinar todo el territorio como un conjunto, porque al final, ¿de qué sirve que un municipio tenga un plan perfecto si el de al lado va por libre? Es hora, nos dice Borja, de que nuestras estructuras de gobierno evolucionen al mismo ritmo que nuestras ciudades. En el sexto capítulo, titulado “Los desafíos de la urbanización latinoamericana. Elementos de diagnóstico, respuestas y propuestas”, Borja nos pone frente a un espejo incómodo: nuestras ciudades crecen, pero lo hacen con cicatrices que revelan desigualdades profundas y una gestión que a menudo parece desconectada de la vida cotidiana. Habla de la informalidad urbana como una herida abierta, de las enormes brechas sociales que convierten a ciertas calles en fronteras invisibles y de una pobreza que persiste, transformando los sueños de muchos en luchas diarias por la supervivencia. A esto se suma la percepción de una violencia urbana en aumento, que no solo pone en riesgo la seguridad, sino también la confianza y la convivencia. Pero estos problemas no son independientes; están entrelazados con la falta de infraestructura adecuada, el desempleo y la insostenibilidad ambiental, creando un panorama que demanda soluciones integrales y urgentes. Lejos de quedarse en el diagnóstico, Borja propone un camino hacia adelante, apelando al poder de la colaboración y la creatividad urbana. Habla de densificar las ciudades centrales para evitar su expansión descontrolada, pero también de regularizar los asentamientos informales con sensibilidad y respeto, integrándolos al tejido urbano en lugar de excluirlos. Señala la importancia de rescatar los espacios públicos, transformándolos en lugares seguros y vibrantes donde las personas puedan encontrarse y compartir. Pero no se detiene ahí: también nos invita a repensar el transporte urbano, apostando por opciones sostenibles que conecten a las personas sin fragmentar las ciudades. Todo esto, insiste, requiere de estructuras metropolitanas eficaces y representativas que no solo administren, sino que inspiren y faciliten la participación activa de todos los actores sociales, 144 “Derecho a la ciudad, seguridad y territorio” económicos y culturales. En este capítulo, Borja no solo dibuja los desafíos de nuestras ciudades, sino que nos recuerda que las respuestas están en nuestras manos, en nuestras ideas y en nuestra capacidad de soñar con un futuro mejor. ¿Alguna vez has sentido que las ciudades crecen como piezas de un rompecabezas que nunca terminan de encajar? En el séptimo capítulo, titulado «La organización de las áreas metropolitanas: una cuestión no resuelta», Borja nos invita a explorar el caos y las oportunidades de nuestras ciudades, esos gigantes urbanos que parecen tener vida propia. En Europa, nos cuenta, hace tiempo entendieron que las áreas metropolitanas necesitan algo más que buena voluntad para funcionar. Han creado entidades como la Greater London Authority o la Communauté Urbaine de Lille, diseñadas para gestionar desde el transporte hasta el desarrollo económico y la protección del medio ambiente. Es como si hubieran armado comités de vecinos a gran escala, pero con herramientas para tomar decisiones estratégicas. Sin embargo, incluso allí, la complejidad de coordinar múltiples municipios y niveles de gobierno sigue siendo un desafío, y a veces parece que necesitan inventar un idioma nuevo para que todos puedan entenderse. En América Latina, la historia es diferente. Borja describe nuestras áreas metropolitanas como gigantes dormidos que intentan despertar, pero con un pie atrapado en la informalidad y el otro en la falta de coordinación. ¿Cómo lograr que una ciudad como Buenos Aires, con su espesura de municipios y jurisdicciones, funcione como un todo? Aquí, la cooperación entre municipios y la planificación del transporte y el uso del suelo no son solo ideas bonitas: son necesidades urgentes. Imagina una ciudad donde los autobuses, los trenes y las bicicletas no compiten, sino que trabajan juntos para conectar barrios lejanos con el centro. O donde los mercados locales y las viviendas sociales no sean islas aisladas, sino piezas que encajen en un tejido urbano integrado. Borja nos anima a pensar en estas soluciones como algo alcanzable, no como sueños lejanos. Porque, al final, nuestras ciudades no solo necesitan más ladrillos, sino mejores maneras de entenderse entre sí y con quienes las habitan. ¿Te has preguntado alguna vez si las ciudades realmente escuchan a quienes las habitan? En el capítulo octavo, titulado «El gobierno local. La innovación política y derechos ciudadanos», Borja nos invita a mirar más de cerca el papel de los gobiernos locales, esos primeros eslabones de la cadena de poder que están más cerca de nuestra vida cotidiana. Desde organizar el tráfico hasta mantener las plazas limpias, estos gobiernos siempre han gestionado lo más básico. Pero, como señala el autor, su misión ha evolucionado: ahora también deben impulsar economías locales, proteger el medio ambiente y promover la cohesión social en un mundo que cambia a una velocidad acelerada. Imagina un gobierno local que no solo asfalte calles, sino que fomente espacios comunitarios donde vecinos de todas las edades puedan convivir; un gobierno que no solo hable de sostenibilidad, sino que lo demuestre con huertos urbanos, transporte ecológico y energías renovables. Para Borja, la clave está en su autonomía: gobiernos que puedan decidir por sí mismos y adaptarse a las necesidades únicas de cada barrio, sin esperar a que las soluciones caigan desde niveles más altos de poder. 145 Revista Justicia(s), Año 3, Volumen 3, número 2, período julio-diciembre 2024 Pero este capítulo no se queda en los deberes; también habla de cómo los gobiernos locales pueden innovar para acercarse aún más a las personas. Borja nos propone imaginar modelos flexibles de gobernanza que se adapten a la diversidad de nuestras ciudades, desde comunidades rurales hasta grandes metrópolis. ¿Y qué tal si además de votar, los ciudadanos tuvieran herramientas para participar activamente en la toma de decisiones? Desde plataformas digitales hasta asambleas barriales, Borja sueña con ciudades donde la transparencia no sea solo un lema, sino una realidad. Porque, al final, un gobierno local verdaderamente moderno no solo administra: conecta, innova y crea espacios donde todos nos sintamos parte de algo más grande. Y, como bien señala el autor, el verdadero poder de los gobiernos locales radica en su capacidad de escuchar y responder a los latidos de la ciudad, esos que vienen de sus habitantes y sus sueños compartidos. ¿Alguna vez has sentido que España es como un mosaico donde cada pieza tiene su propio color, pero al juntarlas no siempre encajan del todo? En el noveno capítulo, titulado «Estructura territorial del Estado: el caso español», Borja nos lleva de la mano a través de la evolución de un país que pasó de ser un Estado centralista rígido a un modelo de autonomías que intenta equilibrar las diferencias. Nos explica cómo, durante mucho tiempo, la debilidad económica y la ausencia de una revolución industrial sólida dificultaron que España se integrara política y socialmente. Mientras regiones como Catalunya y el País Vasco desarrollaban economías modernas, otras partes del país quedaban rezagadas, lo que generó tensiones y alimentó nacionalismos que aún resuenan hoy. Es como si España hubiera crecido a distintos ritmos, y esa desigualdad marcara sus relaciones internas. Con la Constitución de 1978, España trató de cambiar las reglas del juego, dando a las Comunidades Autónomas un alto grado de autonomía, especialmente a aquellas con una fuerte identidad histórica y cultural. Pero Borja no pinta este proceso como un cuento perfecto: reconoce que el modelo tiene sus contradicciones, como una coexistencia incómoda entre lo central y lo autonómico. Imagina una orquesta donde cada región tiene su propio instrumento, pero no siempre siguen la misma partitura. Aunque esto ha permitido a regiones como Andalucía o Galicia tomar decisiones importantes sobre su desarrollo, también ha generado fricciones que siguen planteando preguntas sobre cómo gestionar un país tan diverso. Borja nos invita a reflexionar sobre cómo construir una España que celebre su diversidad sin perder su sentido de unidad, buscando un equilibrio que permita a cada pieza del mosaico brillar sin desdibujar el cuadro completo. ¿Alguna vez has sentido que la llegada de inmigrantes a una ciudad está acompañada de promesas, temores y barreras invisibles? En el décimo capítulo, titulado «Inmigración y ciudadanía política en Europa», Borja nos invita a reflexionar sobre los desafíos de ser ciudadano en el contexto europeo actual, un escenario marcado por crisis, desempleo y desigualdad. Nos cuenta cómo la crisis del Estado de bienestar ha hecho que muchas personas se sientan excluidas de sus derechos básicos. Al mismo tiempo, los inmigrantes, tanto aquellos que tienen sus papeles en orden como los que no, enfrentan restricciones para acceder a derechos fundamentales, sobre todo los políticos. Imagina a una persona que ha llegado 146 “Derecho a la ciudad, seguridad y territorio” a Europa con la esperanza de encontrar un futuro para su familia y que, a pesar de tener un trabajo estable, aún no puede votar o participar plenamente en las decisiones de su nueva ciudad. Esto es una realidad para miles de personas, y Borja enfatiza que es urgente repensar qué significa ser ciudadano en el siglo XXI: un concepto que debe ir más allá de los límites nacionales e incluir derechos universales, igualdad de género y la posibilidad de reconocer a todos, independientemente de su origen, como parte de la comunidad. Borja también explora las respuestas de los gobiernos europeos a la inmigración, dividiendo las políticas en dos enfoques: las que se centran en el control de fronteras y las que buscan la integración social y económica de los inmigrantes. Sin embargo, el panorama es complicado por la estructura de la Unión Europea, donde la pertenencia a un país comunitario ofrece ventajas en comparación con los inmigrantes no comunitarios. Estas diferencias crean barreras políticas que refuerzan la exclusión y la desigualdad. Por eso, el autor propone medidas concretas, como facilitar la nacionalización y fortalecer la participación política a nivel local como herramientas clave para ofrecer a los inmigrantes un sentido de pertenencia. Borja nos invita a imaginar una Europa más inclusiva, donde la ciudadanía no sea solo un papel, sino un derecho real, una conexión emocional y un compromiso compartido que incluya a todos en la construcción de ciudades más justas y acogedoras. Imagina un parque en tu barrio: un lugar donde los vecinos se encuentran, donde los niños juegan y los mayores charlan sentados en bancos bajo el árbol. Ahora piensa en una ciudad sin esos espacios, donde cada calle es solo un camino para llegar a algún destino y no un punto de encuentro. En el capítulo once “La ciudad es el espacio público”, Jordi Borja nos invita a reflexionar sobre cómo la ciudad realmente cobra vida a través de sus espacios públicos. Estos lugares no son solo parques o plazas, sino escenarios vivos donde las personas comparten historias, luchas y sueños. Son espacios de intercambio social, donde la diversidad y la mezcla de culturas se convierten en la esencia misma de lo urbano. Por eso, Borja sostiene que el espacio público es clave para fortalecer la cohesión social y para expresar nuestras identidades colectivas, reflejando tanto los conflictos como las esperanzas de una sociedad en constante cambio. El autor nos guía a través de la evolución de estos espacios en la modernidad y cómo la separación entre lo privado y lo público los ha redefinido. Por ejemplo, la idea de urbanizar y planificar las ciudades con enfoques funcionalistas ha hecho que muchos espacios públicos pierdan su propósito original, convirtiéndose en áreas frías y desconectadas. Borja nos propone ir más allá de este enfoque, creando ciudades donde el espacio público sea el corazón de la planificación urbana, un lugar donde todos puedan participar, relacionarse y encontrar sentido de pertenencia. Así, el espacio público dejaría de ser solo un área de paso para convertirse en un espacio de encuentro, de cultura y de diálogo, en el que el diseño urbano se adapte a las necesidades de sus habitantes y no al contrario. Porque, al final, la ciudad no es solo un conjunto de calles y edificios, sino el reflejo de cómo sus ciudadanos se encuentran y conviven en esos espacios compartidos. 147 Revista Justicia(s), Año 3, Volumen 3, número 2, período julio-diciembre 2024 Imagina caminar por una plaza en tu ciudad y reflexionar sobre lo que ese espacio significa más allá de su diseño o su arquitectura. En el capítulo doce “Espacio público y memoria democrática”, Jordi Borja nos invita a mirar estos lugares con otra perspectiva: como escenarios de memoria, justicia y lucha por los derechos. Nos explica que olvidar el pasado, especialmente cuando está marcado por dictaduras y violencia, no solo es injusto, sino que impide construir sociedades democráticas sólidas. La memoria histórica es, en realidad, una herramienta poderosa para valorar la resistencia de aquellos que lucharon por la libertad y para condenar cualquier forma de opresión. Recordar es también reconocer a todas las personas que se esforzaron para lograr una sociedad más libre y justa, dándoles voz a sus relatos y experiencias. En el caso de la dictadura franquista en España, el espacio público fue utilizado como una herramienta de control y segregación, negando a las personas el derecho a reunirse y expresarse. A través del urbanismo y la planificación, se construyeron ciudades que excluían la libertad y la participación ciudadana. Sin embargo, la transición a la democracia y el despertar de los movimientos sociales en los años sesenta y setenta transformaron estos mismos espacios. El espacio público se convirtió en un símbolo de derechos colectivos, participación y esperanza. Borja subraya que las políticas públicas tienen un papel fundamental para recuperar estos espacios, convertirlos en lugares de convivencia, diálogo y memoria histórica. Al final, el capítulo nos recuerda que defender y ampliar las libertades democráticas no es solo una tarea del presente, sino un compromiso constante en nuestras ciudades, donde cada plaza, calle y parque cuenta historias de lucha, resistencia y sueños compartidos. En el capítulo trece, titulado “Urbanización y democracia. Una dialéctica inacabada”, imagina caminar por las calles de tu ciudad una mañana cualquiera. Al levantar la mirada, ves los edificios que se alzan como testigos silenciosos de historias entrelazadas: la del empresario que cruza apresurado hacia su oficina, la de la vendedora ambulante que instala su pequeño puesto en la esquina, y la del estudiante que viaja dos horas desde las afueras para llegar a la universidad. Cada uno de ellos vive una ciudad diferente dentro del mismo espacio, como si existieran múltiples realidades superpuestas en cada esquina, en cada barrio. Algunos disfrutan de parques bien cuidados y servicios completos, mientras otros enfrentan el día a día en zonas donde el agua llega a cuentagotas y las calles permanecen sin pavimentar, recordándonos que compartir el mismo cielo urbano no significa necesariamente tener las mismas oportunidades. Sin embargo, la ciudad también es un lienzo en blanco donde podemos dibujar un futuro diferente. Es en las plazas públicas donde los niños de distintos orígenes juegan sin prejuicios, en los mercados donde las tradiciones de diferentes culturas se encuentran y se mezclan, y en las calles donde los vecinos se organizan para mejorar su barrio. La verdadera esencia de una ciudad democrática no reside en sus edificios modernos o en sus avenidas anchas, sino en su capacidad para tejer lazos entre sus habitantes, para convertir los espacios públicos en lugares de 148 “Derecho a la ciudad, seguridad y territorio” encuentro donde las diferencias socioeconómicas se desvanecen ante la simple alegría de compartir. Cuando una madre puede caminar segura con sus hijos por cualquier barrio, cuando un anciano encuentra un banco donde descansar y conversar, cuando un joven artista puede expresarse libremente en una pared designada para el arte urbano, es entonces cuando la ciudad comienza a cumplir su promesa de ser un hogar para todos. En el capítulo catorce, titulado “La izquierda errante en busca de la ciudad futura”, cuando caminamos por nuestras ciudades hoy, podemos sentir la tensión entre lo que soñamos y lo que realmente existe. En cada esquina encontramos historias que nos hablan de esperanza y desesperanza: el joven profesional que no puede pagar un apartamento en el barrio donde creció, la familia que debe atravesar la ciudad entera para llegar a un hospital público, el pequeño comerciante que ve cómo su negocio familiar se desvanece ante la llegada de grandes centros comerciales. Son las mismas calles que alguna vez fueron testigos de marchas por la justicia social, de encuentros vecinales donde se forjaron sueños colectivos, de espacios donde la solidaridad florecía naturalmente. Hoy, esas mismas calles parecen haberse transformado en fronteras invisibles que separan mundos diferentes dentro de una misma ciudad. Sin embargo, en medio de este panorama complejo, la ciudad sigue siendo un espacio de posibilidades infinitas, un lugar donde los sueños de cambio pueden convertirse en realidad. Lo vemos en las asambleas vecinales donde los vecinos discuten cómo mejorar su barrio, en los huertos urbanos que transforman terrenos abandonados en espacios de vida y encuentro, en los centros culturales autogestionados que mantienen viva la llama de la creatividad y la resistencia. La ciudad nos recuerda que otro mundo es posible cuando nos atrevemos a imaginar juntos, cuando recuperamos esa capacidad de soñar en colectivo que siempre ha caracterizado a los movimientos progresistas. No se trata solo de políticas públicas o programas sociales, sino de reconocernos en el otro, de tejer redes de solidaridad que nos permitan construir, desde abajo y entre todos, esa ciudad futura donde nadie quede excluido. En el capítulo quince, titulado “Para reconstruir un discurso ético sobre la ciudad”, se presenta una entrevista publicada en la revista Viejo Topo que profundiza en varios temas clave relacionados con la vida urbana y cómo esta se entrelaza con la libertad, la participación ciudadana y la resistencia frente a los poderes que generan injusticias. Se reflexiona sobre cómo las ciudades siempre han sido lugares de contrastes, donde se encuentran tanto lo mejor como lo peor de la sociedad. La revolución urbana actual, marcada por el crecimiento acelerado y la expansión de áreas metropolitanas, ha transformado el diseño de las ciudades, creando espacios fragmentados que ofrecen oportunidades, pero también desafíos importantes para sus habitantes. Durante la entrevista, se pone énfasis en el papel fundamental de las periferias urbanas en el proceso de construcción de una ciudad más democrática en el siglo XXI. Estas áreas, que suelen estar marginadas y con menos recursos, son clave para 149 Revista Justicia(s), Año 3, Volumen 3, número 2, período julio-diciembre 2024 lograr una mayor integración social y para fomentar la participación política activa. Se abordan temas como la diversidad cultural, la necesidad de una gobernabilidad urbana más inclusiva, la democracia participativa y el papel de las innovaciones políticas para combatir los efectos negativos de la urbanización acelerada. Además, se critica la falta de un proyecto claro por parte de la izquierda para enfrentar problemas críticos como la vivienda, la inseguridad y la corrupción urbanística. La entrevista concluye con una llamada a reconstruir un nuevo discurso ético que inspire una visión colectiva y esperanzadora sobre la ciudad que queremos construir en el futuro. En conclusión, el espacio público se presenta como una pieza clave para fortalecer la cohesión social y garantizar la democracia en las ciudades. Este no es solo un lugar físico, sino un espacio donde las personas pueden interactuar, intercambiar ideas y expresar sus derechos. Desde un punto de vista legal, el espacio público debe ser abierto, accesible para todos y servir múltiples propósitos para favorecer el encuentro entre personas de diferentes orígenes y clases sociales. Sin embargo, la privatización y el uso exclusivo para negocios o intereses particulares debilitan estos principios, ya que limitan el acceso y la participación ciudadana. Por eso, es esencial implementar políticas públicas y regulaciones que protejan el espacio público como un bien común, promoviendo su carácter inclusivo, democrático y accesible para todos. La expansión de las ciudades y la rápida urbanización traen consigo retos importantes, especialmente para las áreas más periféricas, donde la exclusión social y la falta de servicios básicos son una realidad constante. Estas situaciones evidencian la necesidad de crear políticas públicas que promuevan la igualdad de oportunidades, el acceso a servicios esenciales y el derecho a una vivienda adecuada. La mercantilización del suelo urbano y la privatización de muchos espacios públicos perpetúan las desigualdades y dificultan la construcción de una ciudadanía equitativa. En este sentido, se propone un enfoque basado en derechos universales que incluya el acceso a recursos, la movilidad, la igualdad de género, la justicia y la paz como elementos fundamentales para una urbanización más equitativa y sostenible. El derecho a la ciudad es una idea central en este panorama, pues engloba el acceso a servicios básicos, vivienda, movilidad, seguridad y espacios públicos. Implica garantizar que todas las personas, sin importar su origen o situación económica, puedan vivir una experiencia urbana plena y digna. Desde una perspectiva legal y social, el derecho a la ciudad debe ser protegido mediante políticas públicas que promuevan la inclusión, la igualdad de oportunidades y la participación activa de los ciudadanos. Este enfoque invita a crear ciudades que integren la diversidad social y funcional, donde la sostenibilidad ambiental y la justicia social sean principios fundamentales en la planificación urbana para lograr una sociedad más equitativa, democrática y cohesionada. 150 “Derecho a la ciudad, seguridad y territorio” REFERENCIA: Jordi, B. (2011). Revolución urbana y derecho a la ciudad. Organización Latinoamericana y del Caribe de Centros Históricos (OLACCHI): Municipio del Distrito Metropolitano de Quito (MDMQ). https://biblio.flacsoandes.edu.ec/libros/129050-opac 151